Varios de los referentes del mundo de Internet han comenzado a lanzar opiniones acerca de una Web 2.0 que no sólo genere aplicaciones que den dinero (de hecho de momento ninguna lo da), sino que estas aplicaciones ayuden a resolver algunos de los grandes problemas que padece hoy la humanidad: desde un desarrollo sostenible hasta la crisis alimenticia mundial ¿Realidad o ficción?
Por una parte, Umar Haque lanzó hace un par de meses la primera piedra: en un artículo publicado en Harvard Business Publishing llama a que los inversores y start-ups comiencen a desarrollar aplicaciones para “cambiar el mundo”, antes que para hacer dinero. Comenta un Haque provocativo:
“Si sos un revolucionario, entonces selo: sé consecuente y arreglá un problema que cambie para mejor al mundo. Si realmente tenés el coraje, el objetivo, la visión, hacelo”.
Pero además Haque fue más lejos con su Manifiesto para la próxima Revolución Industrial, en donde insta a las personas a organizarse: ¿Por qué Google insiste con que su principal acierto es “organizar el mundo de la información”?, se pregunta. Porque los mercados, las redes y las comunidades pueden organizar las actividades económicas mejor que una firma.
Por otra parte, desde dos de los encuentros que marcarán tendencia en 2008, como Web 2.0 Expo y Supernova, comenzó a mencionarse una nueva vertiente de la Web 2.0, acaso merecedora de nuestra atención.
¿Feudalismo 2.0?
El economista autríaco Joseph Schumpeter decía que el crecimiento sucede en medio de procesos de destrucción creativa. Es decir, de turbulencia.
Para Haque, hay un problema con esta tesis y es que en un mundo interconectado como el actual la turbulencia es mucho más intensa que la concebida en su momento por Schumpeter, ya que hoy hay muchas más personas creando y destruyendo.
La destrucción creativa tiene dos caras: los costos de la destrucción y os beneficios de la creación. El precio del crecimiento es un mundo cada vez más incierto, arriesgado y marginal.
Mientras la última burbuja fue la de la tecnología, el bienestar fue afectado mínimamente, pero cuando se trata de una burbuja basada en los alimentos, el costo son miles y millones de vidas. Ya no se trata de un costo mínimo.
Mientras que personas como Umar Haque tienen una visión optimista de la capacidad de las aplicaciones generadas en el marco de la Web 2.0, hay puntos que no quedan nada claros. Por ejemplo, históricamente no hemos sido capaces de organizarnos, a menos que se trate de catástrofes y diversas situaciones límite en donde el instinto de supervivencia parece preferir el grupo, en tanto sea conveniente. Y además, Umar Haque parece olvidar que seguimos inmersos en un mundo en donde hay pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos. Y su arenga para llamar a los inversores (¿ricos?) a crear aplicaciones para cambiar el mundo es por lo menos utópica.
Web 2.0: la nueva ola
Por último, Marc Hustvedt se pregunta desde su blog, seedWatcher: ¿cómo podemos usar Twitter para combatir el hambre en el mundo? ¿Pueden ser herramientas como Facebook o Twitter las necesarias para el cambio? ¿O necesitamos plantear un cambio más profundo? Hustvedt nos habla de comenzar a diseñar las herramientas para el cambio pensando en un mundo más amplio del que habitualmente se tiene en mente.
La verdadera pregunta entonces es esta: ¿cargamos nuevamente a estas nuevas herramientas con la responsabilidad de “cambiar el mundo”? ¿Se tata de una nueva ola?
De todo esto podemos sacar en limpio que se trata de software. De pensar en qué valores humanos queremos introducir en el software. Y entonces, cómo van a hacerlo los desarrolladores, que potencialmente, bien lo sabemos en esta Web 2.0, somos todos. Nadie cree en las brujas, pero que las hay, las hay.
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